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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Lucas 6,36-38

18/03/2019 00:12 El Evangelio
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Evangelio según San Lucas 6,36-38 Evangelio según San Lucas 6,36-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros”.

Reflexión

Ante esa exposición tan sincera del profeta Daniel, repasando toda una lista de infidelidades del pueblo con Dios, podemos preguntarnos: ¿cómo presentaría este mundo nuestro donde abundan las guerras, violencia, hambrunas, migraciones, injusticias? Seguramente que con el profeta también tendríamos que reiterar ese sentimiento de vergüenza. No es éste el mundo que Dios ha puesto en nuestras manos para hacer de él “la casa común”.

Frente a su bondad infinita, nuestros egoísmos manifiestan actitudes de dejación de nuestras obligaciones más inmediatas, nuestra falta de responsabilidad ante el mal que nos rodea y la superficialidad más común ante los problemas que causan tanto dolor en las personas. Ese primer sentimiento de vergüenza no es todo. Por él descubrimos y valoramos la misericordia, la confianza y la seguridad en el perdón de Dios.

Ahí resplandece quién es Dios con más nitidez.

Pese a todo ese pecado que el pueblo ha cometido, el profeta proclama la misericordia infinita de Dios. ¿Por qué reitera el profeta esa misericordia y perdón de Dios? Porque puede abrumarnos más la maldad cometida y dejarnos apabullar por nuestras limitaciones.

Dios perdona para que seamos capaces de levantarnos y seguir buscando ser fieles a su llamada. El  primer gesto para ello es reconocer quiénes somos ante él. Es lo que hace el profeta: reconocer para aceptar el perdón y salir renovados de ese encuentro con Dios.

El perdón de Dios que proclama el profeta Daniel, Jesús lo traslada a sus seguidores, como muestra de una fe real.

Toda esta serie de actitudes a las que Jesús nos invita en el evangelio resultan chocantes en este mundo revestido de individualismo. Las relaciones  humanas son ese crisol donde se mide la calidad de nuestra fe y se convierte en la “prueba del algodón” de la calidad de nuestro cristianismo.

El trato con los demás está entrecruzado de múltiples fallos. Nuestras carencias, así como nuestras necesidades, nos llevan a romper la sana convivencia con los demás.

Las heridas que nos provocamos unos a otros ocasionan violencia, rencor, distanciamiento e indiferencia.

Son esas reacciones espontáneas que nos conducen a posturas anticristianas si en el camino no somos conscientes de su presencia en nuestro corazón.

Este es el mayor pecado para Jesús. Su insistencia en descubrir en el otro, en el pequeño, a su misma persona, es una forma de denunciar esa contradicción de acudir a Dios, habiendo excluido la relación con el hermano.

La Cuaresma es tiempo de análisis, de autocrítica de forma más sincera. Solo introduciendo en nuestras relaciones esa invitación de Jesús, nuestra vivencia de la fe será verdaderamente real. Si no es así, la Cuaresma no habrá entrado en nosotros.

Por eso, nos recuerda la característica que mejor define a nuestro Padre Dios y que es una invitación a imitarle: la misericordia. Sólo imbuidos de esa misma misericordia podremos ser capaces de imitar a Jesús. él nos propone dos actitudes a erradicar: juzgar y condenar. Son actitudes que conducen a la dureza de corazón y que nos llevan a convertirnos en jueces de los demás. Como antídoto, Jesús, una vez más, nos invita a usar el perdón, ese del que todos estamos necesitados.

 


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